Portar las miradas

En las brisas tupidas por el mediterráneo, el viento portador de semillas y especias del otro lado del mar viene a descansar en la orilla. Un tranquilo paseo caminando entre olas que se desvanecen bajo nuestros pies. Hace poco que se fue el visitante ocasional y las gaviotas desterradas por el turismo de interior y exterior, vuelven a tomar lo que es suyo. Pasear por la costa Alicantina tiene su encanto. Costa salvaguardada por el Castillo de Santa Bárbara, cuya sombra de protector de los tiempos, acompaña a quién quiere fundirse con el agua, la tierra y el cielo.

Santa Barbara

 

Todo en la naturaleza es complemento. Las flores, sus pétalos y tallo, la horchata y el vaso que la contiene, el mirar y ser mirado. Milenaria costa de Alicante con su sol y estrellas, con su ir y venir de las personas, donde estuvo el romano se asentó el musulmán y cuando se fue este, vino un cristiano y luego más tarde otro. Pero la verdad es que nunca se fue el moro ni el cristiano, se fundieron en su tierra y las palmeras con su aliento, los dejó flotar a los cuatro vientos.

Los complementos de El Rincón de Mamá llevan en su bagaje de mezclas de buen gusto, chispas de exclusividad y selección natural y única. Un bolso puede tener identidad propia, al igual que un collar o una pulsera. Igual que en la naturaleza una ola nunca se repite, y la que precede a la que ruje en la roca, nunca la imita ni en tamaño ni en forma. Un complemento debe ser único, irreemplazable y que identifique a su portadora.

El rincón de mamá tiene mar donde se crean olas doradas, plateadas y hasta de azul añil. Olas para portar miradas, o para cubrirse en forma de bolso, vestido…pendientes.

Solo garantizamos portar las miradas, obviar lo invisible y mostrarse con fortaleza, clase y gusto. Como Santa Barbará y su mar, como la delicada concha en la arena, como el tañir de la campana cuando anuncia boda.

Dedicado a la ciudad de Alicante y a su voz radiada en ondas color azul.

Gracias Esmeralda Marugan por encontrarnos entre las estrellas.

Alicante

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Rosa Oro

Esta mañana

Esta mañana no he aguantado más. Sus regalos se agolpan sin abrir en el armario. Sus caricias obligadas por la rutina tienen en mí el mismo efecto que un gel barato en la bañera. Su día a día suena a hueco en mis oídos. Sus aficiones me inspiran a mirar a otro lado. Sus amigos… solo suyos. Y los fines de semana, odiosas costumbres donde el restaurante más caro, es el local más vacío de toda la ciudad.

Ya no suenan las campanas cuando me mira, hace tiempo que las vendieron en la chatarrería de los recuerdos opacos. Esta mañana me he marchado, he recogido mis cosas, el billete de tren y mi autoestima. He dejado las llaves de mi coche (que nunca fue mío) encima de ese mando de televisión que tanto le gusta, cuando yo le hablo…

Esta mañana he abierto todas las ventanas y yo me he escapado. Como un ave azulada que ya no recuerda de qué color es el viento, de que carisma estaba tejido el cielo.

Todo lo he dejado y no me arrepiento, solo mi anillo, el lazo de oro rosa que me regaló de novia. Es lo único que me ha regalado, sinceridad y una flor bordeada en el anillo rosa.

Esta mañana me he ido, con mi anillo, con mi vida, ya he vuelto a mi sitio. Soy feliz… de nuevo

Rosa Oro

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Casi las once

Atrapar el tiempo, medirlo, gestionarlo a nuestro gusto y vida. Con relojes de oro, de plata, de diamantes, de mil maneras y mil precios. Siempre queremos tener el control, limitar los imprevistos, tener la vida atada y bien atada.

Los relojes no tienen prisa. A razón de segundo a segundo, inmóviles desde una muñeca, repisa, pared de estación o aeropuerto, nos observan con sus esferas de cristal. Pulidos monóculos de un ciclope con modales, cronometran con su pestañeos  las idas y venidas, las carreras y los dulces paseos desde los que nos contemplan.

Ellos no dicen cuando se entra a trabajar, tampoco cuando hay que comer o cenar, ni siquiera a qué hora te encontraras con tu amada bajo un árbol anónimo.

Los relojes sugieren que son casi las once, que es buena hora para comer, que necesitas un abrazo, que no llegas tarde a ningún sitio, sino que vives tu vida y tu momento.

En el rincón de mamá también hay relojes que no marcan horarios. Tenemos relojes que ralentizan el tiempo dentro y crean una burbuja que nos aísla de las prisas, compromisos y rutinas, haciendo que disfrutes de tu momento, de tus minutos u horas, pero siempre tú tiempo.

Al escribir este artículo son casi las once, después de publicarlo para siempre serás casi las once. Una hora, un día, un simple y largo instante inmortalizado en palabras, encapsulado en buenas intenciones.

Así es el rincón de mamá, suma de instantes, de vidas, de momentos, de ir y venir de amigos, de forasteros que se hacen familia, de familia que se ausenta de su entorno y nos envuelve, de personas…

Recuerda… en el rincón de mamá siempre son casi las once. Si nos visitas olvídate de las prisas, nuestros relojes te pertenecen.

Casi las once

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Vestido de frutas

Vestido de frutas

Nunca quise pretender que ninguna persona se volviera loca por mí. Confieso que a veces me gusta leer las miradas, interpretar gestos y si me gustan dejar una sonrisa. Pero repito, nunca quise nada más allá del inocente juego que nace de la seducción. Siempre visto bien, me gusta mucho seleccionar lo que me pongo. Si unos pendientes no me hacen el juego a lo que pienso o siento, se quedan en su cajón o en la vitrina de la tienda. Lo mismo con un bolso o unos zapatos. Pero los vestidos son ya otra cosa.

La primera vez que lo veo en una tienda, un buen vestido tiene que presentarse ante mí como a mí me gusta. Me tiene que decir al oído entre susurros, que está hecho para mí por un modista que tal vez soñara conmigo en una noche de inspiración. No soy egocéntrica, ni narcisista, pero tampoco peco de modesta. La belleza del corte de una tela y la maestría de su unión pieza con pieza, para formar un vestido que a una la sienta como si te hubieran medido en un taller de alta costura, tiene su alabanza.

Y al ponerse ese vestido, el elegido entre todos, el que ha destacado de entre todos los demás, una sale a la calle con el estima muy alto y el rímel de ojos a la altura. Y pasar ante el joven vendedor de frutas que siempre se equivoca a mi favor al pesarme lo que le compro, me desata una nueva sonrisa que seguramente derive en unas cuantas fresas de más, o la más hermosas de todas las manzanas.

Ser feliz, vestirse como una quiere, siempre sorprender es agradable. Y no lo digo por lo que podamos obtener material, si no por las reacciones, el buen trato y ver personas felices mirándome.

Mañana seguiré comprando fruta, quizás lleve mi nuevo collar de flores doradas, seguro que sale el sol….aunque la verdad…. Ya no sé a quién regalar tanta fruta.

Vestido de frutas