¿Porqué un sombrero Panamá? No solo por la calidad y beneficio de sus materiales, si no para definirte en tu estilo y ser un referente de tu personalidad.
Categoría: Sombreros

La Pamela, breve historia del hacer
Especialistas en Pamelas. Lo último en sociedad.

Ventanas a nuestro presente
Ventanas del presente
Cuántas mañanas al marcharte he tocado las sábanas aún calientes por tu cuerpo. Esas mañanas en la que el último átomo de calor escapaba desvaneciéndose en mis dedos, te necesitaba un poco más. Quizás debería alargar más nuestra despedida con un beso sin cronómetros. O tal vez con un suspiro mientras se fundían nuestras miradas. Observar en la mesa tu taza de café vacía, adivinar el contorno de tus labios. Sentir de nuevo el asa entre tus manos, mientras me miras, mientras hablo. Sé que quizás lo que te cuente no te llene del todo para el día a día. Pero mira, al final deseo que sea como una tintura que se disuelve en tus adentros. Y que algún momento del día, sin venir a cuento, sin pedirlo siquiera; mis palabras vuelvan a tu mente.
Ventanas
Y miro por la ventana de nuestra vida, en ese patio de flores y plantas que juntos cuidamos. Y aunque aún falte tiempo para la primavera, cuento los días para que de nuevo sembremos la tierra con nuestra alegría. Hoy por huir un poco de la soledad que impone la distancia, he decidido adentrarme por los bosques y campos junto a nuestra casa. He recorrido el camino largo que a veces nuestras bicicletas, hacen una carrera para ver quién llega antes…y nunca ganamos. En el coto del caza de algún Marqués desconocido, desaparecido o esfumado me he detenido. Mientras me colocaba el pañuelo, mi sombrero se ha movido.
Por un momento pensé que había sido el viento, pero no. Sé que has sido tú, desde la distancia de tu despacho. Mi tintura te ha recordado mi tacto y abriendo tú ventana, mirando donde más azul es el cielo me has suspirado. Lo sé, lo he notado. De nuevo con mi sombrero en la cabeza, he vuelto por el camino descubriendo tus huellas, recordando cada rama, cada hoja, cada beso.
Y esta noche cuando llegues a casa y me veas agotado y feliz. No me regañes por haber usado tu sombrero, el mío lo perdí ya sabes … No me importa que no sea de hombre, me importa que sea tuyo, que tenga tu perfume, tu tacto.
Cuántas cosas ha cambiado esto del teletrabajo, pero no lo nuestro.
-> Sombreros de El Rincón de Mamá <-
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De tonos chocolate
Tonos en verano
Una vez me dijo un amigo común, que pasa las tardes en un banco allá en el parque de la rosaleda. Y es cierto porque una vez la acompañé. Quería sorprenderla con un viaje en el teleférico, en aquellos tiempos no tenía vehículo salvo el billete de autobús y unas fuertes piernas para moverme por la ciudad. ¿Qué cómo la conocí? Pues en la presentación de un libro, nos tocó esperar juntos en una fila interminable, era cuando en este país la gente esperaba para que le firmara su autor favorito. Era la única que llevaba sombrero, la encantaban los sombreros. Congeniamos y cuando llegamos a la mesa, Ana María Matute con una sonrisa mientras extendía su mano para tomar nuestros libros nos preguntó ¿Cómo os llamáis? Nos pusimos rojos como tomates, las dos horas de espera habían sido minutos. Después de aquel día intercambiamos teléfonos, aún no había mensajes electrónicos, solo los filtros que eran los padres, cuando llamabas a casa…
-¿Está Cecile?
-¿Quién la llama, quién pregunta por ella, quién eres……? (Preguntaba un padre o una madre guardián de su hija)
Y más tarde cuando iba a recogerla siempre con su sombrero, la figura marcial del padre en el balcón o el movimiento de visillos en la habitación por la madre, me advertían que no debía cruzar ciertos límites. Límites que se cruzaron en alguna ocasión como besos robados en el portal, caricias envueltas en ternura en el cine, miradas que derriten.
Maravillosos meses que terminaron con ese viaje a la rosaleda, mi sorpresa no lo fue tanto, ella tenía vértigo y no quiso decírmelo por no contrariarme, se mostró indispuesta, quizás el café que habíamos tomado estaba demasiado aguado, por lo que decidimos sentarnos en aquel banco de la rosaleda. Conversamos durante horas, pero ella se iba apagando y mis esfuerzos para que sus ojos brillaran de nuevo empezaban a dejarme agotado…. Al final lo confesó; Se había enamorado de su profesor de literatura, 10 años mayor pero muy literato y docto, y es que Cecile amaba las letras, normal que amara a uno de sus hijos. Regresamos callados a su casa, anochecía y ya no me atrevía a agarrarla del brazo. Al llegar al portal, con sus ojos brillantes me preguntó ¿amigos? – Amigos resignado la contesté y el portal se cerró como se cierran las puertas del cielo, con un ruido conciso y férreo. Al llegar a la esquina me volví hacia su casa, quizás pensé que era un sueño, pero la sonrisa del padre en el balcón me devolvió a la realidad. No me apetecía llegar a casa, así que volví andando a la rosaleda y encima de nuestro banco, junto a una rosa y una piedra, dejé aquellos billetes sin usar del teleférico, quizás alguien quisiera volar junto a otra persona una noche.
No la volví a ver, seguí estudiando hasta que empecé a trabajar hice mi vida pero nunca la olvidé. Cuando pasó junto al teleférico mi corazón se acelera, pero bajo la mirada y aprieto el paso y a veces el acelerador para seguir con mi vida. Hasta que este amigo común me dijo una tarde, que allí junto a la rosaleda en un banco, hay una persona mayor que la recuerda mucho a Cecile. Me dijo que siempre está leyendo y yo le dije que hay muchas personas que leen en los parques, ¿Libros de papel? (me dijo) Si todavía hay gente que lee en papel, le respondí. ¿Cómo va vestida? – le pregunté -, no como una mujer de su edad, si no más joven – me respondió – mi corazón se aceleraba…
Y dime – le dije – ¿ella te ha visto?
No, yo siempre voy en coche para dejar a la gente del Ayuntamiento y nunca me bajo, enseguida me marcho – me respondió.
¿Y cómo sabes que es ella al 100%? – le pregunté muy nervioso.
¡Fácil! Lleva su sombrero ….
Hoy de nuevo después de tantos años, el adolescente que dormía en mi interior ha despertado, he tomado de nuevo el mismo autobús (ahora llevan aire acondicionado) y me he bajado en Pintor Rosales, con voz entrecortada he comprado 2 billetes en el teleférico y bajando a la rosaleda, allí la he visto con su libro, su sombrero. No me ha hecho falta llamarla, nada más pasar por las primeras rosas, ella sonriendo ha levantado la mirada …
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