Paseando colores

Pasear con un bolso de colores

No hace mal tiempo todavía para pasear en bicicleta. Remontar un sendero por el parque para buscar un nuevo atajo, una nueva ruta para llegar unos minutos antes a mi trabajo. Atravesar la ciudad se está volviendo complicado, demasiados conductores con licencia de suicida que llenan las calles de pitidos y de malos modos. Por eso yo siempre que puedo, atravieso por el parque con mi bicicleta y bolso. Allí entre estatuas que necesitan la atención del curioso turista, encuentro la referencia a mi buen camino. A veces de reojo me parece ver damas de otras épocas, pero al girarme para verlas bien, descubro que  son mujeres que corren, pasean o leen sentadas en un banco. ¿Qué hubiera pensado un antiguo rey si me hubiera visto pasar ante él y su corte con mi bicicleta? Seguramente me habría visto de reojo y al mirarme de frente descubrir a uno de sus soldados a caballo. Este parque siempre tiene algo mágico, referencias, recuerdos y sensaciones de otras épocas. Por sus veredas, por sus caminos vaga la paz de los que lo atraviesan, atravesaron y atravesaran. Un recordatorio que en aquel lugar nada o casi nada va cambiar. Al margen de lo que disponga la ciudad, al margen de lo que dicte el mundo.

Bolso_pachwork

Cuando paseo con mi bicicleta y mi bolso multicolor sueño con dejar estelas de colores. Como si de alguna forma a mi paso, el bolso colgado al hombro desprendiera una fragancia de colores para dejar un rastro de mi paso. Un arcoíris que serpea, que se entrelaza con las acacias, con los  fresnos, que abraza a los eucaliptos, que se asocia en un apretón de manos con las secuoyas. Pasar por la vida dejando colores, marcando un rastro para que nos encuentren. Ignorar las señales de prohibido y girar a contra mano el primer pino a la derecha, simplemente porque nos apetece, porque nos conviene o porque la distraída bicicleta ladea y cabecea donde la place.

Bolso de colores, pintor entre las distancias, siempre rivalizando con la gardenia, la rosa, la malva, en este parque, en cualquier parque, en el cielo.

Y según llegó a mi trabajo, allí cerca del parque, me bajo de la bicicleta para caminar los últimos pasos, los que separan mis labios de una taza, de un beso, de una bienvenida.

[social_essentials]

Bolso_pachwork.detalle

Guantes piel roja

Llamando a las puertas del cielo

Dirección al cielo

Suena Dylan en la radio, su llamada a las puertas del cielo pero todavía queda una última parada en el coche para repostar. El colgante del retrovisor no para de moverse, si el supiera que ya no tiene dueño…hay apuestas que son perdedoras desde la casilla de partida. El coche va chirriando en las curvas, las ruedas desgastadas por el camino a ninguna parte cumplen a duras penas su misión. Pero no me importa, no quiero detenerme después de la próxima parada. Dicen que salir huyendo es de cobardes y pienso que es más cobarde quedarse en una vida que no te pertenece. Complacer a todo el mundo, excepto a nuestro reflejo en el espejo. Aparcar la conciencia y el amor propio en un bar de camioneros sin rostro no es solución a largo ni corto plazo. Yo lo hice demasiado tiempo y el motor de mi coche se estropeó. El polvo y la suciedad enquistaron las ganas de perseguir las estrellas. Por eso tuve que apropiarme del primer vehículo que pasaba. Asaltar a un cowboy despistado mientras compraba tabaco y salir con sus llaves mientras tiras la hipotética recortada (paraguas de hombre plegado) a una papelera.

Cuando uno huye, cuando uno escapa no puede hacer remilgos y esperar a el coche de sus sueños. Tampoco el príncipe azul a lomos de un caballo blanco, que por pedir no quede. Pero si pides mucho la vida se te escapa como un anillo entre los dedos de cera de la indiferencia. Todo llega al final  el día que coges al toro por los cuernos y si no hay toro, pues al pollo, a la gallina o una triste abeja que por allí pase. El caso es coger con fuerza esos cuernos que nos atemorizan y llevarlos con toda nuestra rabia al suelo. Del cabezazo y del shock contra el suelo nos aprovecharemos para salir corriendo con lo puesto, con unos guantes, con un anillo, con un llavero sin llaves… Y asaltar lo primero que veamos, sea cowboy, sea viceministro o una experta en terapias naturales. Al fin y al cabo necesitamos cualquier trampolín que veamos para seguir avanzando, para salir del foso de los leones… Y cuando una vez sales y te alejas, ves que aquellos leones no tenían dientes, que estaban mellados por el sol y la mala sangre. Todo se ve de otra forma cuando escapamos.

Guantes piel roja para llamar a las puertas del cielo

En mi caso con mis guantes de piel roja y mi anillo malva, he llegado a las puertas del cielo, como decía el bueno de Dylan. Llamo, llamo con fuerza a la aldaba de mi destino. No se escucha (ya lo comprobaréis) un ¡Adelante le estábamos esperando! Nadie te estará esperando para darte la bienvenida. Una es lo que es, no necesitas más. Seguridad en una misma y tener la certeza que nunca, recalco NUNCA te vas a fallar. Con ese convencimiento, nunca fruto de un instante, sino de toda una vida te lanzas como he dicho con lo puesto.

Puede que te encuentres vaqueros solitarios, o llaneros enmascarados o un personaje vestido del zorro con una espada para protegerte. Si es así pregunta al solitario si te quiere acompañar, o al enmascarado que contigo no hace falta máscaras, y que al que se disfraza de el zorro y porta una espada, dile entre sonrisas, que tú ya no te disfrazas y que tu espada es tu personalidad y estilo.

Llamando a las puertas del cielo, escribiendo tu destino, luciéndote con la moda y el gusto, siempre siendo tú…deja de una vez, que sea el propio cielo quién llame a tus puertas.

Guantes en piel, varios colores solicita tu color y talla

Anillo circonitas y bronce

[social_essentials]

Anillo Circonitas y Bronce vistos desde el cielo

blusa Jaque al rey

Jaque al rey

Siempre se me ha dado bien el juego del ajedrez. Mover figuras para captar la atención y ocultar con ello la verdadera intención. Descabezar al rey o ponerle contra la espada y la pared. A veces sigo practicando en esta celda ya sin tablero, pero con las mismas reglas. Cuando en el comedor solo hay pocos postres, yo siempre tengo el mío, da igual que baje tarde, que me retrase, que allí siempre estará aguardándome ese postre o ese guiño que nos permiten a unas pocas privilegiadas.

La partida parece sencilla, agradar a todo el mundo en lo básico pero ocultar las intenciones, las que verdaderamente nos interesan para conseguir nuestro objetivo. Por desgracia en nuestra sociedad ya no hay lugar para los soñadores. Compartir una idea, una ilusión o un objetivo con otra persona es a la larga ponerte una zancadilla en tu camino. Pocas personas comparten tu camino y pocas se alegran de lo que consigues. Todo el resto se empeñan que no consigamos lo que nos proponemos, disfruten con nuestros traspiés o se regodeen en nuestra desgracia.

Por eso las reglas del juego han cambiado, una se hace astuta y cuando quiere conseguir lo que se propone va moviendo ficha según las reglas de la sociedad, pero salvaguardando nuestro rey y su propósito.

Una blusa de colores blancos y negros es una propuesta para un día a día en el que nos toca salir ahí afuera a conseguir nuestro objetivo. Sentirse bien, sentir que una lleva el control, que aunque unas rejas, un trabajo o una situación personal parezca que nos tiene contra las cuerdas, seguir segura de una misma sabiendo que la situación va a dar la vuelta muy rápidamente, justo donde queremos.

Inviernos que avanzan parcos, esquinas de la ciudad con hojas y mil ojos, que te miran, que te evalúan, que piensan para sus adentros que tú eres suya y estás bajo su control. Nada más lejos de la realidad. ¿Verdad?

[social_essentials]

Comprarla

blusa Jaque al rey

anillo turquesas

6 turquesas con un anillo

¿Qué puedes hacer con 6 turquesas? Realmente en el momento actual poca cosa. Puedes ir de compras, ropa, accesorios, viajes, tecnología, cultura y tratar de pagar con ellas. Como poco el taquillero, vendedor, agente de viajes o revisor del Ave te puede mirar con cara de juzgar tu cordura. El trueque o el intercambio ya no se llevan al menos en el mundo occidental. A parte, ¿Quién puede valorar ahora el valor de una turquesa? ¿Un gemólogo, un geólogo, un tasador, un marchante de la naturaleza?

Con un anillo…un simple anillo de plata en el que un maestro artesano pueda engarzar una brizna de madre naturaleza en la maleable plata forjada por un hombre. Un simple anillo a los ojos de un profano, o un hermano del cielo a los ojos de un amante de la belleza.

El otro día una mujer bien vestida subía sin dinero al autobús que te lleva al aeropuerto. El conductor la observó detenidamente, vio en un bolsillo como sobresalía su tarjeta de embarque con la bandera de Italia, el rímel de sus ojos corrido, sus ojos con atisbos de un rojo atardecer de verano. Ella le ofrecía como pago del trayecto su anillo de turquesas, pero él lo rechazó. Solo la preguntó ¿te lo regaló él? Ella asintió mirándole a los ojos.

– Hoy es el día de la turquesa y sus portadores no pagan – le dijo el joven conductor.

Ella ruborizada le dio las gracias. Todo el trayecto pese al haber muchos asientos vacíos, la joven no se despegó de la barra más cercana al conductor. Desde mi asiento solo podía ver los ojos en el retrovisor de aquel joven mirándola de vez en cuando. Ella fijaba firme su mirada al frente, como si ya no existiera el mundo que dejaba atrás. Llevaba poco equipaje, un bolso acolchado de plata y lo puesto. En las curvas pronunciadas ella se agarraba fuerte a esa barra que ahora la sostenía y se veía el color rojo de sus manos al presionar con fuerza ese retén de hierro. Creo que lloraba, la otra mano se acercaba mucho a la cara.

Por fin llegamos al aeropuerto, salidas internacionales pero yo iba a las salidas nacionales, la última parada. Después de un rato consultando mi agenda, me percaté que aquel autobús ya no andaba y los pasajeros murmuraban. Efectivamente ya no había conductor, así que miré rápidamente por la ventana… una joven pareja cogida de la mano, ella con su anillo de turquesa aferrada a la mano de él, mientras ese joven se quitaba su chaqueta azul marino de conductor para arrojarla en la papelera que hay en la puerta de entrada a los embarques.

Nos bajamos de ese autobús para esperar que alguien nos recogiera, pero no tuve más remedio que tomar un taxi. El taxista malhumorado por la poca carrera que le reportaba mi trayecto me miraba de reojo, y yo le pregunté ¿Le gustan las turquesas?

-¿Cómo dice? – Me dijo extrañado.

No se preocupe – le dije sonriendo– no es usted mi tipo….

[social_essentials]

Ver en la tienda web

anillo turquesas