Fue una mañana de primavera, ella pasaba con su Rolls Royce camino de la embajada británica. Un providencial atasco, propició que el servicio de inteligencia cambiara la ruta hacia su cita. La ruta recomendada era algo arriesgada, zigzaguear entre calles hasta llegar a su destino. No había muchas rutas de escape pero la situación y la importancia de la reunión, precisaba de acciones rápidas y efectivas.
Y sucedió, fue por un momento, un fugaz instante en la que su mirada se detuvo en un escaparate. Algo la llamó por dentro, una sensación conocida y agradable. Ordenó al chofer que se detuviera y desoyó las advertencias de su guardaespaldas. Ella no sentía temor, no había ningún peligro. Todo lo contrario, una sensación de felicidad acompañada con esa tranquilidad que todos encontramos en nuestras casas. Franqueó la puerta de entrada a la tienda y se perdió en su interior.
Pasó el tiempo mientras los guardaespaldas nerviosos, contestaban las llamadas del embajador. Varias veces intentaron convencerla que debían marcharse, que la requerían en la embajada y que había cosas que debían resolverse. Pero hasta que no estuvo satisfecha, haciendo uso de la razón, esa razón que nos devuelve un reloj en nuestra muñeca, se levantó de su asiento y se despidió con una sonrisa en los labios. Prometió volver, su palabra siempre la ha precedido. Pero antes de subirse al coche, nos guiñó un ojo y nos dio las gracias por cumplir nuestros sueños.
Ella se marchó y no solamente nos dejó una sensación de felicidad en el Rincón de Mamá. Se dejó algo más. No importa, se lo guardamos como a nuestros clientes, como a nuestros amigos.
[social_essentials]