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Vestido de flores, evocando a la naturaleza.

Vestido de flores, siempre natural.

Vestido de floresCada tarde oscurece antes. Los paseos a la luz del día se acortan mientras que un manto de hojas ocupa todo. Me desplazo en esta ciudad sobre mis tacones, buscando todo atisbo de belleza. Me es indiferente, un bonito escaparate, una agradable librería, un sendero en el parque. En este gris asfalto es difícil pero no imposible ver cosas bellas que rompan la monotonía.

En las oficinas hacen furor los jersey de lana, las camisas de cuadros, los mil y un patrones de los pantalones vaqueros, reinventados a cada temporada. Dime, ¿porqué es difícil que las mujeres apuesten por los estampados? ¿Acaso el Otoño da unas directrices que han de cumplirse a rajatabla? No ha lugar a lo cotidiano, a la fantasiosa realidad del fondo de armario, de tonos marrones, grises y oscuros.

Apostar por el estampado de flores no es una apuesta en si misma, ya que de por sí es un valor seguro. Un diseño equilibrado, jugando con la gravedad que una desprende, anotando tantos en ese partido en el que compite la elegancia.

Una joya no es una joya por su valor de elaboración, lo es por su forma de llevarla. Así como podemos dar zafiros y diamantes a un tunante que viste con un saco, o una simple flor a una mujer con una ropa sencilla. La joya será la flor en la mujer y el complemento muerto en ese tunante que pese a portar una fortuna no aparta la mirada de esa flor y su portadora.

Quizás suene a prosaico a estas alturas lo de ser una misma, pero solo sírvase aplicar una regla. La del buen gusto, el resto pueden ser opcionales.

Obviemos a la moda del gris, del vaquero y su corte. De la chancla mimetizada en no sé qué calzado. Seamos femeninas con nuestro vestido de flores, con o sin espinas (depende del merodeador), repito femeninas. Y cuando llegue el invierno y realice su obra; la escarcha, el hielo o la nieve siempre siempre; por debajo de nuestras flores.

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Vestido de flores

De tonos chocolate

Tonos en verano

rosaleda

Una vez me dijo un amigo común, que pasa las tardes en un banco allá en el parque de la rosaleda. Y es cierto porque una vez la acompañé. Quería sorprenderla con un viaje en el teleférico, en aquellos tiempos no tenía vehículo salvo el billete de autobús y unas fuertes piernas para moverme por la ciudad. ¿Qué cómo la conocí? Pues en la presentación de un libro, nos tocó esperar juntos en una fila interminable, era cuando en este país la gente esperaba para que le firmara su autor favorito. Era la única que llevaba sombrero, la encantaban los sombreros. Congeniamos y cuando llegamos a la mesa, Ana María Matute con una sonrisa mientras extendía su mano para tomar nuestros libros nos preguntó ¿Cómo os llamáis? Nos pusimos rojos como tomates, las dos horas de espera habían sido minutos. Después de aquel día intercambiamos teléfonos, aún no había mensajes electrónicos, solo los filtros que eran los padres, cuando llamabas a casa…

-¿Está Cecile?

-¿Quién la llama, quién pregunta por ella, quién eres……? (Preguntaba un padre o una madre guardián de su hija)

Y más tarde cuando iba a recogerla siempre con su sombrero, la figura marcial del padre en el balcón o el movimiento de visillos en la habitación por la madre, me advertían que no debía cruzar ciertos límites. Límites que se cruzaron en alguna ocasión como besos robados en el portal, caricias envueltas en ternura en el cine, miradas que derriten.

Maravillosos meses que terminaron con ese viaje a la rosaleda, mi sorpresa no lo fue tanto, ella tenía vértigo y no quiso decírmelo por no contrariarme, se mostró indispuesta, quizás el café que habíamos tomado estaba demasiado aguado, por lo que decidimos sentarnos en aquel banco de la rosaleda. Conversamos durante horas, pero ella se iba apagando y mis esfuerzos para que sus ojos brillaran de nuevo empezaban a dejarme agotado…. Al final lo confesó;  Se había enamorado de su profesor de literatura, 10 años mayor pero muy literato y docto, y es que Cecile amaba las letras, normal que amara a uno de sus hijos. Regresamos callados a su casa, anochecía y ya no me atrevía a agarrarla del brazo. Al llegar al portal, con sus ojos brillantes me preguntó ¿amigos? – Amigos resignado la contesté y el portal se cerró como se cierran las puertas del cielo, con un ruido conciso y férreo. Al llegar a la esquina me volví hacia su casa, quizás pensé que era un sueño, pero la sonrisa del padre en el balcón me devolvió a la realidad. No me apetecía llegar a casa, así que volví andando a la rosaleda y encima de nuestro banco, junto a una rosa y una piedra, dejé aquellos billetes sin usar del teleférico, quizás alguien quisiera volar junto a otra persona una noche.

No la volví a ver, seguí estudiando hasta que empecé a trabajar hice mi vida pero nunca la olvidé. Cuando pasó junto al teleférico mi corazón se acelera, pero bajo la mirada y aprieto el paso y a veces el acelerador para seguir con mi vida. Hasta que este amigo común me dijo una tarde, que allí junto a la rosaleda en un banco, hay una persona mayor que la recuerda mucho a Cecile. Me dijo que siempre está leyendo y yo le dije que hay muchas personas que leen en los parques, ¿Libros de papel? (me dijo) Si todavía hay gente que lee en papel, le respondí. ¿Cómo va vestida? – le pregunté -,  no como una mujer de su edad, si no más joven  – me respondió – mi corazón se aceleraba…

Y dime – le dije – ¿ella te ha visto?

No, yo siempre voy en coche para dejar a la gente del Ayuntamiento y nunca me bajo, enseguida me marcho – me respondió.

¿Y cómo sabes que es ella al 100%? – le pregunté muy nervioso.

¡Fácil! Lleva su sombrero ….

tonos de su sombrero

Hoy de nuevo después de tantos años, el adolescente que dormía en mi interior ha despertado, he tomado de nuevo el mismo autobús (ahora llevan aire acondicionado) y me he bajado en Pintor Rosales, con voz entrecortada he comprado 2 billetes en el teleférico y bajando a la rosaleda, allí la he visto con su libro, su sombrero. No me ha hecho falta llamarla, nada más pasar por las primeras rosas, ella sonriendo ha levantado la mirada …

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teleferico y tonos

Una Tetera

Decálogo de una tetera

¿Una tetera? Sí soy una tetera.

De un tiempo a esta parte me siento algo vacía. No es por el té de las mejores plantas que albergo en mi interior, ni por las especiales tazas de cerámica tan alegres que me acompañan. Quizás sea por este tiempo, cuando una sale del lavaplatos lo único que la apetece es meterse en la alacena, pero esta casa tiene muchos amigos y me toca dar de nuevo la cara. Entonces la alacena se me hace inalcanzable en esa isla que es la mesa rodeada de dulces y galletitas. Las conversaciones se tornan en un oleaje que no permite ir más allá de lo que alcanza la vista. A veces la temática es agradable y se te hace corto el paseo, pero otras buf!

No alcanzo a pensar la vida de un vaso de agua, de vino o los imperturbables floreros de cristal que atienden todas las galas, cenas e invitaciones que no vienen a cuento. Quizás sean infelices o todo lo contrario muy felices, el caso es que soy una tetera y no debería al menos importarme la vida (como se dice ahora la vida útil) de los objetos.

La obsolescencia programada no va conmigo, puedo vivir siglos o un instante, todo depende de tu trato y cuidado no hay otros consejos. Me podrás limpiar a mano con delicadeza o hacinada en un lavaplatos mezclada con muranos o pequeños detalles de ikea, me da igual aunque prefiera tus manos. Mi cerámica da para muchos años y descuidos, pero muchos más para caricias y mimos.

Si no te gusta el té y me adquieres para adornar tu casa, para ser un elemento meramente decorativo, no te preocupes que no diré nada, ni escucharas mis suspiros cuando llegues a casa una fría tarde y te tomes un cola cao, o cuando las visitas se reúnan en torno a una coca cola, ¿Quién soy yo sino una educada tetera que no se mete donde no la llaman?

Pero eso sí, estaré todos los días de tu vida recordándote con mi sonrisa que estoy aquí para reconfortarte, para pausar tu tiempo, para que te diluyas en maravillosas conversaciones en mi presencia, que hay otras vidas y buenas costumbres que nunca han de perderse, para eso soy yo; Tú tetera.

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Una Tetera