Flores de primavera

Hoy he visto una flor. Era pequeña y delicada. Se escondía en una grieta del cemento del patio. Nadie la había visto excepto yo. Hizo que detuviera mi paseo normal, pero nadie se dio cuenta. Aquí cada una va a lo suyo, bastante tenemos ya en la cabeza para preocuparnos por otra persona. No hay espacio más que para una misma, para evitar la locura de estar encerrada y caer en una depresión aún más profunda. Aquella pequeña flor se abría paso a la luz, en esa herida que tenía el suelo sin importarla mejores suelos o mejores compañías.

Me hizo recordar mis pendientes de primavera. Los adquirió André en una boutique del centro después de una discusión suave de términos primaverales. Yo le contaba la felicidad de ver la primera mariposa, de ver los brotes y pequeñas flores en las ventanas. Como los jardines se ponían sus camisas de verdes, como los árboles aletargados estiraban las ramas y aparcaban el bostezo. Él me decía que odiaba las alergias, el polen y los insectos. Que un día ibas de verano y otro de invierno. Que el tiempo abrazaba la anarquía y no daba tregua a la previsión.

Yo opino que la imprevisión nos pone a prueba cuando se produce. Nos hace ver de que material estamos hechos y el aguante que somos capaces de soportar. Adoro las flores y si me hacen estornudar sonrio. Me encantan las mariposas, pero si se franquea el paso una araña, pues me cambio de acera. Que un día voy con guantes y otros con falda corta. Que mi armario y mi vestidor es la primera línea de fuego, en la que la batalla del día a día no da tregua.

Me encanta la primavera y sus altibajos. Los campos verdes, los aguaceros, las abejas perdidas, las campanas sonando, las primeras terrazas, los alevines y los jóvenes jilgueros. La luz es nueva, como las nuevas tendencias de moda. Nada es lo que era, y nunca lo que vendrá será igual que ahora. Ni mis zapatos, ni mis pendientes, ni el carmín que besa sus labios.

Con aquellos pendientes pasee muchas veces del brazo de André, siempre en primavera, siempre cuando lo nuevo reemplazaba lo viejo. Ya se fue el oscuro invierno, ya renacen las flores, rejuvenecen la sonrisas y la vida prosigue hasta otra nueva estación.

Siempre disfrutando, siempre mirando al cielo, como las flores, como los besos, como sus abrazos.

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PrimaveraMamá

Casi primavera

Hay que ver cómo pasa el tiempo. Las estaciones se van sucediendo unas a otras y las hojas del calendario van cayendo sin poder remediarlo. Esta mañana el sol, su luz había cambiado. Una tímida mariposa y las bandadas de aves que vuelven indican que algo maravilloso está a punto de suceder. Se acaba una estación, de frío y de colores oscuros. Vuelve a latir la naturaleza, el color ya precede a la primavera. Son nuevos días, de renovación, de cambio, de salir a la calle y tomar de nuevo las aceras, los parques, las ramblas. El aire es limpio, cargado de iones en las montañas, renovados en la estratosfera, sin teñir.

De nuevo en el Rincón de Mamá se abre la primera ante sus clientes y amigos. A un paso de tú vida, a un segundo del buen tiempo y de la calidad de tu sonrisa.

Ya casi es primavera para otros, para nosotros siempre lo es y si nos conoces, sobran las palabras.

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PrimaveraMamá

Ventana

La ventana

¿Qué es lo que normaliza la vida de una interna? ¿Cómo no volverse loca entre cuatro paredes? Y esos días en los que tumbada en la cama, mi mirada rebota con el blanquecino techo y me observa. Si al menos pudiéramos ver a través de las paredes y los muros, la vida sería más amena hasta nuestra salida. Pero solo nos normaliza relativamente la ventana. Una ventana soldada de barrotes, para evitar que las estrellas no secuestren una noche y no nos dejen por la mañana en esta rutina eterna. Mi triste ventana da a una valla, tan alta como el orgullo de las leyes, enmarañada de púas y de óxido, como algunos pasillos por donde la justicia arrastra sus pies descalzos y fatigados.  Desde mi ventana se ve el olvido, la sociedad que mira a otro lado, y a veces alguna golondrina que perdida, confunde este edificio con una isla en la inmensidad del ruido.

Pero siempre ha habido otras ventanas, ventanas que alegres se abrían a otros campos, otros paisajes, otras estaciones. Ventanas por donde el sol y el viento se mezclaban para embriagar al que observaba, de vida y buenos momentos. Recuerdo una ventana cerrada en un pueblo. Él se entretenía con su cámara en retratar lo obvio, inmortalizar lo efímero, mientras yo caminaba despreocupada. El sonido de mis zapatos jugaba con el eco de aquel lugar donde todo estaba cerrado. Un pintoresco pueblo perdido en un recóndito lugar de España, donde solo se llenaba de personas los días de verano…y estábamos en Febrero. Al cabo de un rato dejé de oír mis zapatos, mis pensamientos me habían llevado a imaginar cómo serían aquellas gentes que un día escaparon de esta bella soledad, para integrarse en un mundo cada vez más ocupado de quehaceres y obligaciones. Y fue como encontré aquella ventana con un regalo de mi queridísimo amado, siempre tan atento.

Antes de cogerlo en mis manos, me quedé observando aquella ventana. ¿Qué mujer u hombre la habría abierto todas las mañanas? ¿Qué es lo que esperaba del día? ¿Lo había encontrado al cerrarla de nuevo a la noche? ¿Qué es lo pretendemos nosotras todas las mañanas  al salir, cuando llevamos nuestro bolso, abrigo y el resto de las cosas? ¿Lo hemos encontrado cuando a la noche cerramos nuestras ventanas, puertas y ojos al dormir?

Aquella tarde pasó, puedo dar fe de lo que he disfrutado desde entonces de mi regalo. Pero he aquí en esta habitación, donde no hay ventanas que cerrar y peor aún…por las que huir.

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Ventana

Detalle Textura Tacones Rojos

Tacones rojos

Cuando una persona está en la cárcel carece de muchas cosas. La mayoría son cosas normales, cosas que pasan desapercibidas, como pasear por la calle, irte a dormir cuando estás cansada, contemplar el cielo. Pero también lo es la falta de cariño, de caricias, de abrazos, de no estar sola cuando te despiertas. Hoy he visto a una funcionaria novata con un pañuelo rojo. Se la pasó dejarlo en la taquilla y su superiora la recriminó casi sin darse cuenta delante de nosotras. El pañuelo no era gran cosa, algo que puedes encontrar en cualquier bazar, pero si lo era el color rojo. Entre muros y rejas, el único rojo que puedes ver es el de los extintores y el de las señales de prohibido. Mientras comía recordé aquellos tacones rojos que una vez me llevaron al cielo.

Recuerdo bien como paseaba por una gran avenida pensando en mis cosas, cuando decidí callejear y perderme un rato. Quizás me sentía perdida, cansada de fiestas, de desfiles, de presentaciones, de no tener tiempo para una, y como un intento de escapar, me encontraba   andando en zigzag en un barrio desconocido. Niños en los parques, matrimonios mayores paseándo, fruterías, bancos y árboles. La vida no quería darme tregua, no había oasis para mí en este paseo en un desierto de banalidades, hasta que sonó el teléfono. Un mensaje me daba la dirección de un hotel, en un sitio céntrico. Ante mí se presentaba un genio de la lámpara que me indicaba por donde se salía de aquel desierto de emociones. Encontré un taxi y le indique la dirección como una autómata. La apatía gobernaba mis sentimientos, no había nada a lo que asirse para mantenerse a flote. Bueno sí, mis tacones rojos. En aquel taxi que hacía la carrera del sin sentido, me quede mirando mis zapatos. El rojo, el plata me alegraba. Quizás la vida es una eterna lucha entre el fuego y la plata. Sin fundirse quiero decir, fuego al fuego y plata en estado sólido, o quizás como se dice, cada cosa en su sitio.

El taxi se detuvo en la dirección indicada, pagué al conductor sin mirarle a la cara, no tenía ganas. Subí a la habitación sin dar explicaciones al recepcionista, botones o portero, era una sombra de rojos tacones, que se esfumaba de un tedioso capitulo en su vida. Mi misterioso y salvador genio de la lámpara me abrió la puerta. Mi corazón momificado se lleno de sangre y empezó a bombear con fuerza. Su mirada era una escala que te arrojan, desde un maravilloso navío, su beso las puertas del cielo, el abrazo la firma de un acuerdo de amor ante el cielo.

Él se quitó la corbata y yo los zapatos, fuera de la habitación se quedó la tierra baldía y el estertor de los días. Fueron horas, parecieron minutos, hasta que al día siguiente nos despertó llamando a la ventana, un radiante sol de una templada mañana.

Recogimos la lámpara, el genio se metió en ella y yo con él. Se acabaron los deseos, se terminaron las peticiones, yo estaba con el mago; y brillábamos…

TaconesRojos

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