Un Conery en la cartera.
Notar que te siguen, apretar el paso y sentir que alguien te respira en la nuca, doblar la esquina y correr al vehículo para salir disparado. Al lado nuestra cartera llena de documentos, mientras el primer semáforo tiembla en un ámbar poco piadoso pero no hay problema, porque nos da tiempo a pasarlo de sombra. Ajustamos el retrovisor y vemos que a través del cristal trasero casi empañado no nos sigue nadie. Levantar el pie del acelerador mientras nos mezclamos en la jungla del asfalto y somos uno más con el tráfico.
La verdad es que no hace falta tener un Aston Martin, ni sentirse perseguido por una facción que desea arrebatarnos los documentos de nuestra cartera, de echo no tienen ni porque ser documentos, quizás un valioso pergamino, o un diamante con un microfilm o simplemente una barra de labios junto a otra de chocolate a ser posible negro.
El diseño y la novedad traen personajes como un apuesto Conery dispuesto a portarlo. Da igual un poco esos cantos gregorianos que son los porta documentos estandarizados, de populosas marcas fabricadas en cadena, o de apetecibles comercios a los que a todos nos gustan que nos vean saliendo. La brillantez de lo único, la exclusividad de encontrarlo y nunca más repetirlo. Decía Dickens en su afamada novela, Oliver Twist “No juzgue nada por su aspecto, sino por la evidencia. No hay mejor regla.” Y es lo que avanzamos, por muy bello y estiloso que parezca un complemento, un vestido, un simple sombrero, no lo juzgues antes de evidenciarlo, de ver como te queda, de sentir como te sienta.
Ser única, sentirse única, no aceptar la regla de adquirir lo que tiene el de enfrente, evitar mimetizarse con el entorno, tirar el papel de camaleón y tomar el de una propia. En el DNI se especifica quienes somos, en tu estilo quién eres. No siempre es lo mismo, una simple nota de música sirve para afinar una ópera, sé tú esa nota y nunca nunca, dejes de sonar.
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