Atrapar el tiempo, medirlo, gestionarlo a nuestro gusto y vida. Con relojes de oro, de plata, de diamantes, de mil maneras y mil precios. Siempre queremos tener el control, limitar los imprevistos, tener la vida atada y bien atada.
Los relojes no tienen prisa. A razón de segundo a segundo, inmóviles desde una muñeca, repisa, pared de estación o aeropuerto, nos observan con sus esferas de cristal. Pulidos monóculos de un ciclope con modales, cronometran con su pestañeos las idas y venidas, las carreras y los dulces paseos desde los que nos contemplan.
Ellos no dicen cuando se entra a trabajar, tampoco cuando hay que comer o cenar, ni siquiera a qué hora te encontraras con tu amada bajo un árbol anónimo.
Los relojes sugieren que son casi las once, que es buena hora para comer, que necesitas un abrazo, que no llegas tarde a ningún sitio, sino que vives tu vida y tu momento.
En el rincón de mamá también hay relojes que no marcan horarios. Tenemos relojes que ralentizan el tiempo dentro y crean una burbuja que nos aísla de las prisas, compromisos y rutinas, haciendo que disfrutes de tu momento, de tus minutos u horas, pero siempre tú tiempo.
Al escribir este artículo son casi las once, después de publicarlo para siempre serás casi las once. Una hora, un día, un simple y largo instante inmortalizado en palabras, encapsulado en buenas intenciones.
Así es el rincón de mamá, suma de instantes, de vidas, de momentos, de ir y venir de amigos, de forasteros que se hacen familia, de familia que se ausenta de su entorno y nos envuelve, de personas…
Recuerda… en el rincón de mamá siempre son casi las once. Si nos visitas olvídate de las prisas, nuestros relojes te pertenecen.
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