Collar

Regalos de Otoño

Recuerdo que después de aquellos pendientes, vinieron los buenos deseos. Momentos que son para siempre, escaparates donde refugiarse cuando una adolece de añoranza. Esos que se marcan con el punto y aparte de inspiración profunda. Como cuando se cierra la tapa de un viejo álbum de fotografías.

Esta tarde apenas he salido al patio, el proceso judicial me dejó muy marcada y no quería volver a repetirlo en mi mente. Así que he recordado aquella tarde lejana de un otoño donde no caían las hojas, sino más bien reverdecía nuestro amor.

Un plácido paseo junto al río, después de una buena comida y un excelente café. Lo de excelente claro está por la compañía. Fue en un jardín con un laberinto de setos. Él me dijo:

-¡Busca el tesoro!

Yo no estaba con muchas ganas de juegos, solo quería estar a su lado, pero no quise ser antipática. Sonriendo solté su mano y despacio me adentré en el laberinto. Él silbaba una melodía de una película clásica que habíamos visto hace poco. No sé si lo hacía para tranquilizarme, pero por lo menos me reconfortaba oírle. Me hacía sentir que estaba allí, tras esos muros altos y verdes del laberinto. Di pocas vueltas, en el suelo había huellas del paso de gente sin hierba, por lo que descarté los pasillos con mucha vegetación. Enseguida se cumplió mi teoría y llegué al centro del laberinto.

Collar

Allí estaba mi tesoro, un espectacular collar que brillaba según los acordes que lanzaba el sol, en esta fría pero cálida tarde Otoñal. Tomé el collar entre mis manos mientras un abrazo hizo temblar mi cuerpo. Ya no sentía su melodía, me abrazaba mientras el collar se deslizaba entre mis manos y descansaba de nuevo en el frondoso laberinto.

Hay tardes de otoño en las que se añoran collares, laberintos, pero sobre todo…aquellos abrazos.

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Pendientes Perla

Pendientes y compañía

Nunca debí aceptar su compañía. Era una mala época donde el trabajo y la falta de tiempo me impedían parar en el escaparate. Algún vestido colorido visto de reojo mientras iba a la carrera, pero poco más. Hasta que llegó otoño y el frío y la lluvia me obligó a refugiarme en ese escaparate, guarnecida por aquel viejo toldo que plantaba cara al cielo, o al menos lo pretendía.

Mi mirada recorría aquel escaparate maravilloso. Zapatos de ensueño, bolsos de película, collares de fantasía y aquellos….pendientes. Tan pequeños, tan delicados, tan brillantes que no podía apartar mi mirada de ellos. Estaban junto a un cálido gorro de lana con un pompón gracioso, pero ellos destacaban por encima de todo.

Pendientes Perla

Haciendo un esfuerzo, (adiós a tomar el autobús en unos días) me los compré. No sé por qué, yo no soy de ponerme algo nada más comprarlo, me puse los pendientes en la propia tienda. Salí caminando, lloviznaba un poco y ocurrió. Una voz masculina que decía “me permite” me recorrió todo el cuerpo. Cuando pude darme cuenta un paraguas negro agarrado por unos elegantes guantes de cuero, cubría todo mi cuerpo. Aquel hombre amable, con su corbata azul de rombos, su olor a perfume de Hugo Boss, su limpia mirada, me había conmovido. Me acompañó andando a mi casa, mantuvimos una conversación agradable, yo no daba crédito, nunca me había ido con un extraño. Pero supongo que las circunstancias de la lluvia, las buenas maneras en estos tiempos, me embriagaron y permití que me acompañara. Agradecí no tener el dinero para el autobús y ese paseo bajo la lluvia.

Llegamos a mi portal, nos despedimos, el me invitó a una taza de café pero la rehusé, estaba maravillosamente nerviosa.

Al día siguiente, a la misma hora con el paraguas cerrado y con frío, aquel hombre me esperaba en el mismo sitio donde le encontré.

Poco a poco fuimos quedando, nos fuimos conociendo y hasta nos casamos. Lamentablemente a veces las cosas no salen como una quiere. Hoy con mis pendientes le he servido un té caliente. Llueve y hace frío, la rutina se agolpa en los cristales y pierdo mi mirada en los tejados.

De repente el sonido de la taza de té en el suelo me ha sobresaltado, tendré que fregarlo antes de entregarme. No pasa nada, seguro que algún día escampa y podré pasear tranquila por la avenida. Ya no olerá a perfume, pero mis pendientes brillarán como lo hacen las gotas al resbalar entre las hojas, eternamente felices.

Pendientes de perla

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