Maletas al viento

Con las maletas al viento

A veces lo más seguro para nuestra supervivencia, es coger las maletas y el primer billete disponible hacia ninguna parte. Y así fue en aquella ocasión, en la que un amigo de confianza, se tornaba en titiritero, acróbata, león y hombre cañón. Confieso que me gusta el circo, pero siempre de espectador nunca como fiera mansa domada tras el látigo o el embuste de las luces y los trajes brillantes. No sé que ví en ese prestidigitador de pista, pero no era cuestión de juzgar lo uno ni al otro, así que junto a mi André, tomamos el tren que partía hacia el norte. André al que convencí sobre el asunto del viaje  «un viaje sorpresa», miraba por la ventanilla del expreso buscando algún tipo de pista. Quizás leyendo entre las líneas que dan las montañas, los postes de teléfono o los nombres de las estaciones.

En cada parada André se inquietaba, no sabía si debía levantarse o seguir esperando. Mi tranquilidad le inquietaba, pero yo solo veía al bueno de mi amigo por todas partes; dando la salida al tren, vendiendo comida por los vagones, asomándose en el compartimento siguiente…

A veces creo que el destino juega con nuestras vías y cambia los raíles hacia rutas que no queremos. Y que una vez conscientes hacia dónde vamos solo nos queda la terrible decisión por delante. Bajarse en la siguiente, arrojarse en marcha, no hacer nada o amotinarse ante el maquinista. Soy más partidaria de cambiar de tren en la siguiente estación, pero juro que a veces me gustaría subir por el techo del tren, como en esas películas del Oeste y saltar sobre el incauto maquinista que solo mira al frente. Desenganchar todos los vagones que una lleva de balde en la vida y partir sola en la vida, con las personas que quiero, con el equipaje justo, sin sobrecargas.

El tren continuaba atravesando montañas, túneles, países diversos y el recuerdo de mi querido amigo junto a su rostro se difuminaba en el vaho de las ventanas. Quizás ya cuando el último atisbo se esfumó, como el círculo de humo que sale de una pipa, entonces pude reaccionar.

¡Nos bajamos en la próxima André!

André no protestó, se levantó a coger el equipaje, no le dejé coger mi bolso maleta, este le llevo yo, de momento no necesitaré ayuda le dije. Cuando el tren se detuvo bajamos en una pequeña estación. No había nadie esperando, tampoco nadie subió. Esperamos hasta que el tren se marchó y el silencio nos envolvió. Al lado un pequeño riachuelo dejaba su melodía, André se sentó en el banco mirando a ambos lados de la estación, como esperando a alguien. Y yo sentí por el momento envidia de una hoja que navegaba ella sola por el río. Sorteando juncos, desniveles, remolinos y rocas. Se alejaba despacio pero segura, el pequeño río, un auténtico Amazonas para su tamaño que a ella no la preocupaba.

Si de verdad somos meras hojas en un río, cuando me alegro de no ser esa roca que inmóvil espera su turno para flotar por ese río, de ese junco atornillado y perecedero que no se inmuta ante la corriente, o el remolino que da vueltas y vueltas y nunca llega a nada. Y como hoja, como dueña de mi misma y mi destino, cogí la mano de mi André y nos pusimos a caminar.

Nos atrapó la noche, aunque estoy convencida que nosotros la atrapamos a ella, en aquel hotel improvisado que un lugareño sorprendido al vernos, nos facilitó el acceso a su albergue con otros viajeros perdidos. Y allí entre mochilas, maletas y viajantes  como diría el poeta unos años más tarde, descansamos donde habita el olvido.

Bolso en tienda (99 €)

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Bolsos maletas

Azul de lluvia

Blusa azul, como la lluvia

blusa azul Detalle
Azul lluvia

A veces las gotas de lluvia, son perlas nacaradas que se deslizan por la ventana atraídas por la música de mi piano. Cuando suenan las cuerdas, el aire se viste de fragancia musical saliendo en todas las direcciones. Y cuando el dueto vibra siguiendo las notas del papel, las gotas en el cristal, meras espectadoras se aferran con fuerza a su superficie. Pero van perdiendo fuerza y se deslizan unas sobre otras, formando ríos que serpentean obstáculos invisibles para caer en el rellano de la ventana.

Me gusta pensar que alguna de esas notas se aferraron como un náufrago vibrante al líquido salvavidas que las lleva al mundo físico. Y que una vez provistas de un cuerpo acuático se dejan caer por la fachada hasta alcanzar el suelo, allí donde chapotean mis hortensias, donde el rosal afina su violín de terciopelo. Y las notas de mi piano, al verse libres de las normas que dicta el pentagrama corretean por los charcos silbando los que les viene en gana.

Y así el orden que roza la divinidad de la sonata de luna, se confunde con el griterío de unos chiquillos que juegan a ser gotas. Y ese griterío inconsciente estimula a mis dedos para que el piano siga cantando la libertad de muchas más notas. A veces creo que delirio; pero el sonido de Beethoven embriaga, tanto talento, tanta hermosura, que hasta la lluvia se presta a ser su guardia, su chofer a la amada tierra.

Ahora el temporal arrecia y Tchaikovsky toma la iniciativa. Las gotas parecen vivas, la ventana es una cascada cuyo manantial del cielo salta de su aljibe. Músicos imaginarios tocan sus instrumentos, ahora la obra avanza y la ventana es una herida, de la que brota música con vendas de agua. Imaginaros mis lirios que felices, por una vez todo el maná a su alcance.

Me encanta la música, me encanta ver la lluvia, disfrutar de esos momentos en los que el tiempo es una ecuación sin prisa para resolver. Solo cuando llega mi André se detiene la música, calla ese flautista que perdió Mozart, silencia el Oboe Handel y en una esquina rueda vergonzosa una batuta, el maestro de la sinfonía de mi alma ha llegado, y yo como en los días de lluvia, siempre azul, siempre sonriendo; como el cielo.

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Chistera

Chisteras griegas

Chisteras griegas.

El Egeo, siempre el regreso a ese mar transparente y azul. Donde una vez el mismo Zorba vino a darme la mano para desembarcar de un navío. Recuerdo que era 1950, una época en la que el mundo crecía y la felicidad con él. La compañía naviera de mi padre estrenaba barcos y ruta. Así que esa visita obligada a Éfeso, lugar donde nacieron mis antepasados se me antojaba muy apetecible, o como dicen ahora, me apetecía un montón. Para la ocasión mi vestido elegante y mi chistera. En el puerto sonaban las sirenas, los hombres reían, las mujeres bailaban y mi Zorba particular no me soltaba de la mano. Mi padre sonreía desde el balcón de las autoridades y el su primer barco, Ulises de Aquitania le respondía con todas sus bocinas.

Las calles eran un hervidero de gente, los niños nos seguían, las persianas se abrían y los balcones plagados de flores de todos los colores, se llenaban de personas que aplaudían a nuestro paso. No quiero negar que la presencia no sólo del barco de mi padre, si no el de todas las otras navieras, llenaba de esperanza y de futuro al viejo Éfeso. Que de nuevo tornaba su clásico esplendor y el lugar que le correspondía por derecho en el Mediterráneo.

Y al llegar de nuevo a la plaza, con el cielo cubierto de pétalos, con el pueblo bailando con los buzuki y sus  acordes de la mar y el cielo. Mi padre, mi madre y hermanos, el bueno de Aristóteles y María Callas. Chisteras al aire con fuegos artificiales,vítores y brisa.

Y ahora pasado los años, donde tan distante se ven ya los barcos, abro mi armario y veo allí aquella chistera. Y me la acerco y la huelo y de nuevo suena el Sirtaki, las flores vuelan en mi habitación, el cielo se torna azul y el asfalto en cristalina agua azulada. Mis padres vuelven a reír y empiezo a danzar, a dar vueltas en mi habitación, como aquella vez con mi Zorba, con aquellos niños dando palmas, con el sonido del Ulises, con el Onassis y su Calas, con el emperador del Mediterráneo, con el chapotear de los delfines, con el calor de ese sol tan maravilloso en mi rostro, hasta caer de nuevo exhausta en mí en mi cama, riendo, entre lágrimas, envuelta en felicidad.

Y ahora que todo parece lo mismo, ahora que todo el mundo viste igual y sueña lo mismo, es gratificante saber que la chistera solo es para mujeres y situaciones muy especiales. Por eso si alguna vez en tu vida te sientes aplaudida, con júbilo disfruta ese momento que ojala tu propio Zorba te pueda acompañar.

Chistera 119 €

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Chisteras
Chisteras, Mediterráneo y belleza

 

el rincón de mamá
El Rincón de Mamá
bolso Piel azul

Piel azul mariposa

Piel azul mariposa

Mi bolso de piel azul mariposa es una sonata, y luz de luna sus herrajes. Un regalo de André de la boutique Doré de una ciudad que ya no quiero recordar. La elegancia de su diseño, acorde con el semblante que termina ensanchandose en su base. Un cómodo bolso que sabe ser un claro en el maremágnum de bolsos que se cruzan en tu camino. Siempre es divertido ver cómo atrae las miradas de otras mujeres, como el mantero que vende réplicas de plástico te sigue con la cabeza mientras se pregunta porqué no tiene él ese modelo clonado en sintético despropósito.

Piel azul

André siempre ha sido un hombre de principios, y pese a la convención de Ginebra, la ONU, o los derechos de los animales, un buen bolso tiene su razón de ser y estar.

Durabilidad, inmortalidad, elegancia y gusto. Una nota afinada en la sinfonía maravillosa de ser mujer. Quizás el juicio un día se me nuble, quizás una mañana no reconozca tu nombre, o me abandone a mis pensamientos, pero mi bolso seguirá en su sitio, esperando a compartir juntos otro día.

En esta vida hay muy pocos días sinceros, olvidamos tantas cosas para aprender otras tantas. Y mientras tanto ese azul mariposa, ese azul como la leyenda, perdura en nosotros. ¿La leyenda? Si aquella de dos niñas que enviaron al campo, cerca de un sabio que todo lo sabía. Y aburridas las niñas decidieron retarlo. Una de ellas atrapó una mariposa azul y se la puso en el puño cerrado. Retaría al sabio preguntándole si estaba viva o muerta. Si el sabio decía que viva, ella estrujaría a la mariposa y el sabio perdería. Si por el contrario decía que muerta, ella abriría la mano y la mariposa escaparía, perdiendo de nuevo el sabio. Al plantearle al sabio la pregunta, el sabio sonrió diciéndola, “Depende de ti, ella está en tus manos”

Nuestro futuro y presente está siempre en nuestras manos. No hay culpables si algo nos falla. Si algo conseguimos o fallamos, nosotras somos las únicas responsables. Esa mariposa azul es nuestra vida y en nuestras manos está lo que queremos hacer con ella. Ese es mi bolso azul, el que una vez me regaló André, mientras abrazados en aquel lugar, me contó aquella leyenda, de mariposas azules y sabios.

Ojalá amiga mía cuando contemples un bolso azul recuerdes esta leyenda y rectifiques o no tu vida, sabrás que tú eres responsable de cómo te sientes, hacia donde vas, quien te quiere, a quién amas. Nunca nunca, dejes de ver esa mariposa.

Feliz día.

Precio en tienda 109 €

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bolso Piel azul