De tonos chocolate

Tonos en verano

rosaleda

Una vez me dijo un amigo común, que pasa las tardes en un banco allá en el parque de la rosaleda. Y es cierto porque una vez la acompañé. Quería sorprenderla con un viaje en el teleférico, en aquellos tiempos no tenía vehículo salvo el billete de autobús y unas fuertes piernas para moverme por la ciudad. ¿Qué cómo la conocí? Pues en la presentación de un libro, nos tocó esperar juntos en una fila interminable, era cuando en este país la gente esperaba para que le firmara su autor favorito. Era la única que llevaba sombrero, la encantaban los sombreros. Congeniamos y cuando llegamos a la mesa, Ana María Matute con una sonrisa mientras extendía su mano para tomar nuestros libros nos preguntó ¿Cómo os llamáis? Nos pusimos rojos como tomates, las dos horas de espera habían sido minutos. Después de aquel día intercambiamos teléfonos, aún no había mensajes electrónicos, solo los filtros que eran los padres, cuando llamabas a casa…

-¿Está Cecile?

-¿Quién la llama, quién pregunta por ella, quién eres……? (Preguntaba un padre o una madre guardián de su hija)

Y más tarde cuando iba a recogerla siempre con su sombrero, la figura marcial del padre en el balcón o el movimiento de visillos en la habitación por la madre, me advertían que no debía cruzar ciertos límites. Límites que se cruzaron en alguna ocasión como besos robados en el portal, caricias envueltas en ternura en el cine, miradas que derriten.

Maravillosos meses que terminaron con ese viaje a la rosaleda, mi sorpresa no lo fue tanto, ella tenía vértigo y no quiso decírmelo por no contrariarme, se mostró indispuesta, quizás el café que habíamos tomado estaba demasiado aguado, por lo que decidimos sentarnos en aquel banco de la rosaleda. Conversamos durante horas, pero ella se iba apagando y mis esfuerzos para que sus ojos brillaran de nuevo empezaban a dejarme agotado…. Al final lo confesó;  Se había enamorado de su profesor de literatura, 10 años mayor pero muy literato y docto, y es que Cecile amaba las letras, normal que amara a uno de sus hijos. Regresamos callados a su casa, anochecía y ya no me atrevía a agarrarla del brazo. Al llegar al portal, con sus ojos brillantes me preguntó ¿amigos? – Amigos resignado la contesté y el portal se cerró como se cierran las puertas del cielo, con un ruido conciso y férreo. Al llegar a la esquina me volví hacia su casa, quizás pensé que era un sueño, pero la sonrisa del padre en el balcón me devolvió a la realidad. No me apetecía llegar a casa, así que volví andando a la rosaleda y encima de nuestro banco, junto a una rosa y una piedra, dejé aquellos billetes sin usar del teleférico, quizás alguien quisiera volar junto a otra persona una noche.

No la volví a ver, seguí estudiando hasta que empecé a trabajar hice mi vida pero nunca la olvidé. Cuando pasó junto al teleférico mi corazón se acelera, pero bajo la mirada y aprieto el paso y a veces el acelerador para seguir con mi vida. Hasta que este amigo común me dijo una tarde, que allí junto a la rosaleda en un banco, hay una persona mayor que la recuerda mucho a Cecile. Me dijo que siempre está leyendo y yo le dije que hay muchas personas que leen en los parques, ¿Libros de papel? (me dijo) Si todavía hay gente que lee en papel, le respondí. ¿Cómo va vestida? – le pregunté -,  no como una mujer de su edad, si no más joven  – me respondió – mi corazón se aceleraba…

Y dime – le dije – ¿ella te ha visto?

No, yo siempre voy en coche para dejar a la gente del Ayuntamiento y nunca me bajo, enseguida me marcho – me respondió.

¿Y cómo sabes que es ella al 100%? – le pregunté muy nervioso.

¡Fácil! Lleva su sombrero ….

tonos de su sombrero

Hoy de nuevo después de tantos años, el adolescente que dormía en mi interior ha despertado, he tomado de nuevo el mismo autobús (ahora llevan aire acondicionado) y me he bajado en Pintor Rosales, con voz entrecortada he comprado 2 billetes en el teleférico y bajando a la rosaleda, allí la he visto con su libro, su sombrero. No me ha hecho falta llamarla, nada más pasar por las primeras rosas, ella sonriendo ha levantado la mirada …

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teleferico y tonos

Una Tetera

Decálogo de una tetera

¿Una tetera? Sí soy una tetera.

De un tiempo a esta parte me siento algo vacía. No es por el té de las mejores plantas que albergo en mi interior, ni por las especiales tazas de cerámica tan alegres que me acompañan. Quizás sea por este tiempo, cuando una sale del lavaplatos lo único que la apetece es meterse en la alacena, pero esta casa tiene muchos amigos y me toca dar de nuevo la cara. Entonces la alacena se me hace inalcanzable en esa isla que es la mesa rodeada de dulces y galletitas. Las conversaciones se tornan en un oleaje que no permite ir más allá de lo que alcanza la vista. A veces la temática es agradable y se te hace corto el paseo, pero otras buf!

No alcanzo a pensar la vida de un vaso de agua, de vino o los imperturbables floreros de cristal que atienden todas las galas, cenas e invitaciones que no vienen a cuento. Quizás sean infelices o todo lo contrario muy felices, el caso es que soy una tetera y no debería al menos importarme la vida (como se dice ahora la vida útil) de los objetos.

La obsolescencia programada no va conmigo, puedo vivir siglos o un instante, todo depende de tu trato y cuidado no hay otros consejos. Me podrás limpiar a mano con delicadeza o hacinada en un lavaplatos mezclada con muranos o pequeños detalles de ikea, me da igual aunque prefiera tus manos. Mi cerámica da para muchos años y descuidos, pero muchos más para caricias y mimos.

Si no te gusta el té y me adquieres para adornar tu casa, para ser un elemento meramente decorativo, no te preocupes que no diré nada, ni escucharas mis suspiros cuando llegues a casa una fría tarde y te tomes un cola cao, o cuando las visitas se reúnan en torno a una coca cola, ¿Quién soy yo sino una educada tetera que no se mete donde no la llaman?

Pero eso sí, estaré todos los días de tu vida recordándote con mi sonrisa que estoy aquí para reconfortarte, para pausar tu tiempo, para que te diluyas en maravillosas conversaciones en mi presencia, que hay otras vidas y buenas costumbres que nunca han de perderse, para eso soy yo; Tú tetera.

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Una Tetera

sombreroAzul

Dicha y sombreros

La dicha de los sombreros

Nunca es tarde si la dicha es buena, o lo que es lo mismo ¿por qué no te atreves a ponerte un sombrero? Aunque parece una prenda de otra época y digo “parece” nunca ha dejado de usarse por sus beneficios. Beneficios que la más simple argumentación hace imposible de debatir, como por ejemplo su protección al frío, al calor, a la lluvia y al sol. Una prenda que siempre ha acompañado al hombre y la mujer y que en las últimas décadas parece haber sido eliminada de nuestros armarios, nada más lejos de la realidad.

Que la industria industrializada (valga la redundancia) de la moda te dicte unos patrones, unos uniformes con los que ser una abeja de la colmena es una cosa, que tú la hagas caso es otra. La sociedad tiende a simplificar, a dictar guiones y métodos fáciles de seguir, a ayudarte para que no pienses demasiado y que te ocupes de otras cosas. Dudo a qué otras cosas quieren que te ocupes, pero lo que está claro es que no deben elegir por tí tu indumentaria. Y digo que no porque al igual que la personalidad de una persona es inherente a ella, lo mismo lo son la imagen, el cuerpo, las formas y las facciones que tenemos. El ser uno mismo es la clave en la sociedad frente a la colectivización de las opiniones o como en el caso que nos ocupa en la vestimenta.

sombreros Azul Rosa Verde Rojo Amarillos

Los sombreros al margen de los beneficios lógicos argumentados, dotan a la persona de un toque personal que realza su figura. No es empezar la casa por el tejado, sino más bien coronar con una bandera el hogar que es el cuerpo que poseemos. Y si gastas dinero en decorar tu casa con elementos puramente estéticos, es el sombrero ese elemento decorativo pero funcional a la vez.

Decorativo es un decir, pues es meramente estético visto desde fuera, pero en función del tipo de sombrero elegido (Fedora, Panamá, Borsalino, tocado) puede restar cualidades a la persona (si se elige sin tener en cuenta una serie de pautas) o sumarlas (si se atiende a todas las variables)

Si todavía no tienes un sombrero, déjate aconsejar por El Rincón de Mamá, visítanos  y pruébate los distintos modelos de sombreros que tenemos. Tú misma podrás comprobar cómo te realzan y favorecen o como se muestran neutrales según la ropa que lleves puesta. Para cada ocasión hay un sombrero, para cada persona un sombrero y para cada sombrero un detalle. Si quieres salir del estándar de la industria te enseñamos lo que ellos no quieren que te pares a decidir.

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AzulArtico

Pendientes de azul ártico

Pendientes de azul ártico

El azul ártico se derrite, un pájaro de fuego ha elegido aquellas latitudes para instaurar su nido. Las afiladas cuchillas de hielo, se convierten en manantiales que van a descansar al mar. En uno de esos cristales de agua congelada hace millones de años, quedó atrapado un reflejo del mismo cielo. Y ahora gota a gota azulada, va escurriéndose entre heridas de hielo, entre puentes de nieve hasta que una avispada ola coge entre sus dedos de sal, esa gota del cielo. Y ya en sus manos, se deja llevar por la corriente hasta que semanas después, a través de ese torrente que es la inspiración, las manos de Charo Marín con el cristal de Murano y la plata, recuperan esa tonalidad Antártida y celeste para crear un pendiente sin imitadores. La naturaleza es sabia y al igual que no clona galaxias, ni planetas, ni especies, ni montañas, los pendientes de azulado porte no tienen a semejantes.

Una obra de arte que se bifurca en un baile de plata para luego volver y engarzar el azul, como solo las aves saben que se engarza el horizonte.

Todos tenemos el recuerdo o al menos la sensación que tuvimos, la primera vez que vimos el mar. Ese horizonte sin fin separado por la línea fina del cielo. Ese lugar que de existir, mezclaría los tonos de todos los azules que existen y los que han de descubrirse, como el de estos pendientes.

Una oportunidad, una ocasión de ver un azul alquímico, muy difícil de contemplar si no se domina el timón en los sueños.

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Pendientes de azul ártico