Sol de invierno

Fue en el jardín de las acacias, una tarde soleada de invierno. Yo jugaba a sentirme triste y él; extrañado por mi cambio de humor, trataba de complacerme agarrándome fuerte la mano. Mi corazón bombeaba con fuerza pero mi juego de nostalgias por querer sentirme más amada, dejaba soltar mi mano mientras perdía la mirada en el destello del sol tras las ramas.

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Me decía cosas dulces, promesas turquesas que te hacen vibrar cuando se rubrican con mi nombre en sus labios. Pero yo ansiaba ser uno de esos rayos que el sol lucía en el azul y gélido cielo de Enero. Paseamos toda la tarde mientras el jardín se me antojaba pequeño, quizás me apetecía andar por un camino eterno escuchando su voz. Llegábamos a la puerta verde del guarda. Puerta que cerraba el paso a los mundos de la monotonía y la rutina. Puerta que se hacía grande según avanzábamos, de un verde manzana gastado por varios inviernos y de una madera eterna que dividía la invisible barrera de estar solos o acompañados.

Pero esta vez algo brillaba colgando del tirador de hierro forjado. Un destello multicolor, de morados, verdes, rosas y de una promesa de amor rubricado. Mi corazón no pudo más y me volví para abrazarle. Irradiaba calor y una sonrisa…y por supuesto el reflejo de un guiño en sus ojos al guarda de la puerta.

Qué tardes tan felices las de aquel Enero.

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Collar

Regalos de Otoño

Recuerdo que después de aquellos pendientes, vinieron los buenos deseos. Momentos que son para siempre, escaparates donde refugiarse cuando una adolece de añoranza. Esos que se marcan con el punto y aparte de inspiración profunda. Como cuando se cierra la tapa de un viejo álbum de fotografías.

Esta tarde apenas he salido al patio, el proceso judicial me dejó muy marcada y no quería volver a repetirlo en mi mente. Así que he recordado aquella tarde lejana de un otoño donde no caían las hojas, sino más bien reverdecía nuestro amor.

Un plácido paseo junto al río, después de una buena comida y un excelente café. Lo de excelente claro está por la compañía. Fue en un jardín con un laberinto de setos. Él me dijo:

-¡Busca el tesoro!

Yo no estaba con muchas ganas de juegos, solo quería estar a su lado, pero no quise ser antipática. Sonriendo solté su mano y despacio me adentré en el laberinto. Él silbaba una melodía de una película clásica que habíamos visto hace poco. No sé si lo hacía para tranquilizarme, pero por lo menos me reconfortaba oírle. Me hacía sentir que estaba allí, tras esos muros altos y verdes del laberinto. Di pocas vueltas, en el suelo había huellas del paso de gente sin hierba, por lo que descarté los pasillos con mucha vegetación. Enseguida se cumplió mi teoría y llegué al centro del laberinto.

Collar

Allí estaba mi tesoro, un espectacular collar que brillaba según los acordes que lanzaba el sol, en esta fría pero cálida tarde Otoñal. Tomé el collar entre mis manos mientras un abrazo hizo temblar mi cuerpo. Ya no sentía su melodía, me abrazaba mientras el collar se deslizaba entre mis manos y descansaba de nuevo en el frondoso laberinto.

Hay tardes de otoño en las que se añoran collares, laberintos, pero sobre todo…aquellos abrazos.

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