sombreros_elrincondemama

Sombreros de boulevard en Mayo

Recuerdo aquellas soleadas tardes en las que André y yo paseábamos por el boulevard. Niños que jugaban con su bicicleta a ser los héroes del tour, a ser capitanes de la marina, mientras las niñas saltaban a la comba y se sentían ingrávidas como las nubes. A veces André se perdía en sus pensamientos, el trabajo de oficina en ocasiones le robaba su sonrisa. En esos momentos le apretaba fuerte la mano y rápidamente volvía a mi lado. Me sonreía y nos perdíamos entre la gente, hasta que decidíamos detenernos en un terraza. Café o té dependía de la comida, del lugar, de quién nos rodeara, pero a veces creo que tomábamos lo que nos apetecía justificándolo con cualquier cosa. Era un ritual como otro cualquiera, una manía, una tradición  parte de nuestra normalidad.

Una buena tarde bien entrado el mes de mayo, se nos acercó una joven de aspecto muy humilde. Vendía pajaritas de papel de seda en diferentes tamaños y colores. Un trabajo simple, pero muy delicado pues dichas pajaritas estaban cuidadosamente pintadas y decoradas. Con pequeñas cuentas que brillaban al sol, delicadeza y mucho trabajo por unas pocas monedas. La compré una que era un broche, delicado y pequeño. Me quité el sombrero y lo prendí de él, mientras aquella chica se perdía en las terrazas enseñando su trabajo.

Siempre opino que un pequeño broche, una cinta o una diminuta pluma puede hacer que tu sombrero gane en belleza. El sombrero protege tu pelo de las inclemencias del tiempo. Te quita o da calor, a parte te complementa al conjunto de tu vestuario. Es lógico pues que un pequeño detalle le ayude a cincelar con maestría la imagen del buen gusto.

Y ahora en este lugar añoro tantas cosas, el sol, los paseos, los juegos de los niños. La sensación de no existir un mañana, de no abocar a las prisas ni a la melancolía. De ser y estar…de ser y estar…de estar.

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Missoni Detalle

Missoni de un calmado Éfeso

Si hay un estilo de ropa atemporal sin duda podemos hablar de Missoni una firma de moda que nació del clásico punto hasta elaborar vanguardistas y avanzados diseños de ropa. El paso del tiempo les hizo diferenciarse de otras marcas por la maestría y la elegancia del uso del punto y el zig zag, convirtiéndose su apuesta con el devenir de los años en un clásico que ha llegado a nuestros días, siempre con aires actualizados.

Sus fundadores han considerados por la industria de la moda como verdaderos artesanos en la elaboración de prendas y vestidos. Fruto de ello muchos de los cuales se han expuesto en el Metropolitan Museum de New York. Obviamente no podemos negar que Missoni, Armani, Yves Saint Laurent hay solo uno, pero pocas personas pueden permitirse una primera firma. No obstante podemos afirmar que muchos proveedores nacionales y extranjeros trabajan para primeras marcas a cambio de estampar su sello o su marca en su producto.

Desconocemos sin Missoni entra en esas prácticas, pero rompiendo una lanza a favor del pequeño artesano, quizás es esa una de las pocas salidas que quedan en la moda, hacer que tu pequeña y gran creación lleve el nombre de otro.

Y dicho esto os mostramos un vestido de la nueva colección de primavera del Rincón de Mamá. Un Missoni sin “firma”, un elaborado trabajo de uno de esos artesanos que lucha por tener su marca, su hueco en el mundo. Quizás emulando a Ottavio y Rosita (fundadores de Missoni), lanza su diseño apostando por lo clásico, por lo único, por la esencia emprendedora que impulsa a las personas a ser mejores para alcanzar su sueños.

Clientas Vestido Missoni

Este vestido no es para nada una copia de Missoni, ya que no hay publicado uno igual en sus catálogos. Este vestido es una inspiración, una imitación con toques personales y espíritu propio. La propia casa Missoni podría etiquetarlo como suyo, colocarle una etiqueta y desplegarlo en una de las miles de boutiques repartidas por el mundo. Pero Missoni no pondrá su firma en está libre interpretación de un estilo, en esta composición también artesana de alguien que se inspiró en el punto, en el zig zag y en el buen gusto. Porqué el zig zag de la prenda no es exclusividad de una compañía si no más bien de la naturaleza. Como ese zigzag en forma de firma que deja el agua en la orilla, o los rayos cuando atraviesan las nueves, o quizás las vetas en las gemas, o los tallos de algunas plantas.

Reinventar el zig zag es un atrevimiento, pero llenar bocetos de diseños sin descanso, buscando ese dibujo que una corazonada palpitada, nos dirá que vamos por el buen camino.

Missoni Detalle

Por acuerdos comerciales no podemos revelar quién es su diseñadora (baste que se nos escape que es mujer), pero horas, años de moda y cientos de miles de carretes de hilos después arrojan como resultado este vestido.

Missoni-Vestido-Detalle

 

Vestido que no quiso ser Missoni
hilado en la mesura
que atestigua la sabia aguja
de una rueca llena de vida.
Sabio zig zag de una abeja
perdida en las primaveras
de los talleres de Mayo
y las sabias cigüeñas.
No hay puntadas en tu piel
si no abrazos de fino hilo
donde la vida va y viene
como el diseño que te asiste.
De padres y abuelos Missoni
de mil parientes y allegados
contienes tu propia voz
y por ello…nadie te tiene.
Sabia mujer la que te lleve
la que su cuerpo te de vida,
y tu solo mira
sus magníficos y deliciosos días.
                                   Ophiel
Missoni_Visual_vestido

Esperamos que os guste, que al menos lo podáis ver un rato en la tienda, el sueño de una mujer, el sueño lejano de Missoni, el delirio de un mar Egeo colorido y calmado a los pies de Éfeso.

Tendrá su dueña, sus momentos, su vida y que el tiempo nos acompañe a todos en bellos vaivenes de suave brisa.

@by Mauro Bernard

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Flores de primavera

Hoy he visto una flor. Era pequeña y delicada. Se escondía en una grieta del cemento del patio. Nadie la había visto excepto yo. Hizo que detuviera mi paseo normal, pero nadie se dio cuenta. Aquí cada una va a lo suyo, bastante tenemos ya en la cabeza para preocuparnos por otra persona. No hay espacio más que para una misma, para evitar la locura de estar encerrada y caer en una depresión aún más profunda. Aquella pequeña flor se abría paso a la luz, en esa herida que tenía el suelo sin importarla mejores suelos o mejores compañías.

Me hizo recordar mis pendientes de primavera. Los adquirió André en una boutique del centro después de una discusión suave de términos primaverales. Yo le contaba la felicidad de ver la primera mariposa, de ver los brotes y pequeñas flores en las ventanas. Como los jardines se ponían sus camisas de verdes, como los árboles aletargados estiraban las ramas y aparcaban el bostezo. Él me decía que odiaba las alergias, el polen y los insectos. Que un día ibas de verano y otro de invierno. Que el tiempo abrazaba la anarquía y no daba tregua a la previsión.

Yo opino que la imprevisión nos pone a prueba cuando se produce. Nos hace ver de que material estamos hechos y el aguante que somos capaces de soportar. Adoro las flores y si me hacen estornudar sonrio. Me encantan las mariposas, pero si se franquea el paso una araña, pues me cambio de acera. Que un día voy con guantes y otros con falda corta. Que mi armario y mi vestidor es la primera línea de fuego, en la que la batalla del día a día no da tregua.

Me encanta la primavera y sus altibajos. Los campos verdes, los aguaceros, las abejas perdidas, las campanas sonando, las primeras terrazas, los alevines y los jóvenes jilgueros. La luz es nueva, como las nuevas tendencias de moda. Nada es lo que era, y nunca lo que vendrá será igual que ahora. Ni mis zapatos, ni mis pendientes, ni el carmín que besa sus labios.

Con aquellos pendientes pasee muchas veces del brazo de André, siempre en primavera, siempre cuando lo nuevo reemplazaba lo viejo. Ya se fue el oscuro invierno, ya renacen las flores, rejuvenecen la sonrisas y la vida prosigue hasta otra nueva estación.

Siempre disfrutando, siempre mirando al cielo, como las flores, como los besos, como sus abrazos.

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Las cartas

No sé lo que me pasó aquella mañana. Supongo que tenía prisa por salir a la calle para encontrarle y no me detuve a pensar lo que hacía. Entré en el ascensor perfumándome mientras aquel vecino desconocido me observaba en silencio. Las puertas se cerraron suavemente y el ascensor comenzó su camino hacia el portal. Por un momento pensé que al abrirse las puertas, él iba a estar esperándome pero al llegar al portal solo me observaba por encima de su periódico el portero. Salí a la calle en busca de un taxi. Deseaba ver su coche rojo encendiendo las luces como un guiño del destino que viene a buscarme. Pero llovía y no había taxis. Caminé un rato, no recuerdo cuanto, hasta que una lucecita verde me hizo levantar la mano. Entré en ese taxi y le indiqué la dirección donde pensaba que iba a estar esperándome. La ciudad estaba casi desierta, algún transeúnte con su perro y su paraguas, algún autobús vacío. Era como si la lluvia no invitara al encuentro, como si la espera de ver a quién amas se refugiara tras una nube.

No quería esperar a los rayos de sol, menos a la calma que precede a la tempestad, quería verle, necesitaba verle. Casi sin darme cuenta llegamos a la dirección indicada, no había luces y parecía cerrado. Por no quedarme sola, le dije al taxista que por favor esperara, quería cerciorarme. Bajé del vehículo y me acerqué a la puerta de aquel lugar tan de moda. La puerta estaba cerrada y no se veía luz. Miré alrededor, algún cartel, algún indicador y nada. Había un timbre que pulsé sin respuesta, como mi búsqueda que no encontraba su correspondencia.

No entendía nada y subí al taxi de nuevo. Le indiqué que me devolviera a la dirección de mi domicilio. De verdad que no lo entendía. Abrí mi bolso de piel de pitón en busca del teléfono, quería llamarle y preguntar que es lo que había ocurrido, porqué estaba cerrado aquel lugar, donde me estaba esperando. Pero dentro del bolso no había nada, solo mis cartas; las suyas y nada más. Las estuve leyendo y releyendo toda la noche, olían a su perfume, tenían su voz, su tacto y su mirada. Y por la premura de verle, de abrazarle y sentirme en sus brazos, obvie lo importante para el día a día y me llevé lo verdaderamente importante, sus cartas.

Sin dinero, sin teléfono, con mi bolso, mis tacones y sombrero le comuniqué al conductor mi problema. El taxista sin quitar la vista de la conducción me dijo sonriendo: “No se preocupe señorita, que ya me ha pagado con su presencia”. Sorprendida le dije que me esperara, que subiría a mi piso en busca del dinero, y el encogiéndose de hombros, me dijo que no me preocupara, que otro día.

Nos detuvimos, llegamos a casa y la puerta se abrió. Allí estaba él con su paraguas y cara de sorprendido, ¿de donde vienes? ¿No íbamos al cine? Y asombrada, recordando que los domingos no abren aquel lugar de moda, que los domingos son de cine, y que salí una hora antes de casa.

 Son las cartas, las cosas que atesoran algunos bolsos, el mejor salvoconducto para perderse en la lluvia y para que por su puesto, te encuentren.

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 Bolso Piton