El anillo de Ícaro

Anillo Icaro

El anillo de Ícaro

Ícaro quiso ser diferente, en su anillo de gente, rodeado con los suyos desde pequeño en el patio de su palacio mientras los hijos de otros príncipes jugaban a ser grandes guerreros, Ícaro miraba hacia al cielo y jugaba a ser un ave. Despertar una mañana en su cama, ver como la suave seda de su dosel entraba en suave danza con el viento. Descorrer la seda y sentir esa brisa en su cabellos, una caricia tenue y cálida en su piel. Caminar descalzo hacia el balcón abierto y ver el enorme bosque a los pies de la torre. Un horizonte inmenso que termina en las más blancas montañas. Ver al poderoso sol que todo lo embriaga mientras sacude las últimas sombras de la noche. Abajo en el lago las aves emprenden el vuelo, mientras otras llegan. Entre las copas de los árboles dorados jilgueros juegan a ser príncipes, mientras las mariposas planean entre las flores del jardín. Importadas desde todos los confines del mundo, esas flores a las que nadie parece prestarlas atención, son la referencia del sol para seguir levantándose, para compartir su energía, para regalarlas con su luz.

Ícaro quiere ser un ave, quiere tener alas para planear en los valles, batir con fuerza cerca de la cascada, competir con el águila imperial a ver quién corona la montaña más pronto. Formar con las bandadas, dibujar su nombre en estelas de nubes, abrazar como un padre a ese sol todas las mañanas, siempre el viento por anillo.

Quizás a Ícaro le engañaron con hacer sus alas de cera, quizás le permitieron ir más allá de lo real y pagarlo caro. Pero Ícaro no quiso ser nunca como los demás, le daba igual la cera, la seda o la delicada madera. Su objetivo fue el sol y dicen la malas lenguas que no lo consiguió. Pero no podemos dar fe de ello, ya que nunca se encontraron sus restos, más bien todo lo contrario. Quiero pensar que lo consiguió, y que la cera no era tal, que de verdad le crecieron las alas, simplemente por un detalle. Desear y ser quién realmente quieres ser, llegar hasta donde el resto no llega. No porque no tengan alas, si no porque no quieren salir de su nido.

Hoy miles de años después el sol sigue brillando, compartiendo con el cielo y nosotros todo su poder, la sencillez y belleza de la luz y el calor. En este frío universo, solo queriendo ser Ícaro, ser tú mismo, conseguirás volar muy alto. No utilices la cera de los demás, utiliza tus propias alas…¿no las recuerdas?

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